September 25, 2012

19 de Septiembre de 1985


Hace 27 años Carmelita estaba lejos de su casa. Por extrañas razones o coincidencias milagrosas, se quedo a dormir en casa de su hijo al sur de la ciudad ya que sufría de los dolores típicos de un corazón destrozado y sintió un poco menos el temblor de la mañana del 19 de septiembre por estar por piedra volcánica. Después de asegurarse que sus hijos estuvieran bien, emprendió el camino a su casa. Camino por todo el Eje 1 aterrorizada de lo que vio: hospitales evacuados, personas sacando a otros de los escombros, bebes en cuneros sobre Cuauhtémoc llorando por sus madres. Al acercarse a Tlatelolco, no sabia que esperar. No sabia si todavía tendría su departamento en el cual llevaba años viviendo. ¿Encontraría su vajilla elegante que solo sacaba en ocasiones especiales o sus alhajas de todos los colores y de todo tipo de piedra preciosa, su ropa para toda ocasión y la digna colección de zapatos que tenía, o peor aun, encontraría todas las fotografías de los viajes y los años que pasaron? 

Al acercarse a Tlatelolco, sintió que algo faltaba en el horizonte. Por mas que buscaba, no entendía porque la avenida no se veía igual. ¿Qué era lo que faltaba? Y al acercarse a su edificio, se dio cuenta lo que no podía ver. El edificio donde ella vivió tantos años, donde compartió comidas y fiestas y bodas y reuniones con su familia ya no existía. Solo quedaban escombros de lo que ella había construido. Ya no estaba su sala con el paisaje del mar colgando. Ya no estaba su vajilla de diario y su vajilla de fiesta esperando la siguiente comida. Ya no estaban las fotografías de sus hijos y de las dos primeras nietas que presumía a todos. Ya no estaba su hogar, el lugar donde ella pertenecía. 

¿Y que sucedió con esa señora que lo perdió todo en unos cuantos segundos cuando la tierra se sacudió un poco? Hizo lo único que sabia hacer: reconstruyo. Reconstruyo su vida como le enseñaron cuando perdió a su madre a unos cuantos días de nacida. Reconstruyo su vida como cuando perdió a su primer hijo y sintió por primera vez un vacío en su corazón. Reconstruyo su vida como cuando enviudo con tres hijos. Reconstruyo su vida porque solo así sabia vivir: aprendiendo del pasado, disfrutando el presente y siguiendo adelante. 

September 01, 2012

"Postales del Mas Alla" (Opinion en el periodico Reforma)

EL CUADERNO VERDE
Postales del más allá

José Gordon
31 Ago. 12


"Tal vez, podríamos aventurarnos a decir que el vuelo de la imaginación de un narrador es tan alto como la profundidad de su herida", escribe Amos Oz en el libro El silencio del cielo, en donde examina la obra de S.Y. Agnon, Premio Nobel de Literatura en 1966.

Con todas las reservas de cada caso, el novelista israelí plantea que la vocación de todo auténtico escritor está ligada a un profundo trauma experimentado durante la juventud o la niñez. En lo que se refiere a Agnon, se trata de una grieta en el alma que registra con fidelidad paradojas entre mundos irreconciliables.

El silencio del cielo fue escrito por Oz años antes de que publicara la novela Una historia de amor y oscuridad, en donde revela de manera abierta la herida que palpita en toda su obra: la tensión entre amor y traición. ¿Cómo es posible que una madre se suicide? ¿El amor por el hijo pequeño no es suficiente para evitar este acto?

Me llama la atención que en una plática sostenida con Mario Vargas Llosa surgiera la misma idea explorada por Amos Oz:

"Yo creo que el origen de mi vocación es una cierta insatisfacción del mundo. Si alguien está satisfecho con el mundo en el que vive, en total sintonía con él, difícilmente sentirá la necesidad de inventar otros mundos.

"Las razones de esa insatisfacción pueden ser múltiples: una relación traumática con la autoridad, ya sea política o paterna; una limitación para satisfacer necesidades, urgencias últimas que el medio en el que uno vive simplemente aplasta o rechaza. Las razones de la insatisfacción pueden ser infinitas, pero me parece que sin esa carencia inicial difícilmente surge una vocación creativa. No creo que esto valga sólo para la literatura".

Es en este marco desde donde leo el libro de mi amigo Mauricio Molina, La trama secreta (FCE, 2012), una selección de 20 años de su trabajo como cuentista. Mauricio nos habla de su obsesionario: los laberintos del azar, la geometría narrativa, su interés por hipótesis científicas o filosóficas, el tema de los fantasmas, el deseo erótico y el mundo de los sueños y las pesadillas que se confunden con una realidad oxidada y corrosiva. Es interesante que en medio de estos juegos irónicos de ficción y autoficción, Mauricio nos advierta que algunos de sus textos -y dice que el lector sabrá cuáles- han intentado ser honestos. Dicho de otra manera -en el marco de lo aquí planteado- revelan de manera abierta una herida profunda.

Esto lo tuve claro desde que hace ya varios años leí el relato Postales del más allá que reaparece en La trama secreta. El narrador nos habla de su padre, un matemático comunista que hizo varios viajes a los países de Europa del Este. Sobreviven tres recuerdos: unas postales del proyecto espacial soviético, una réplica en miniatura del satélite Sputnik y un puñado de conchas, caracoles y trozos de coral.

El escritor ve cómo su padre, cuando vuelve a México, sale de viaje a un lugar cercano al mar. El padre le pregunta qué quiere que le traiga. El niño responde: caracoles y conchitas. Días después, entre sueños escucha sollozos. En la mañana le dicen que su padre se fue a un viaje a la Unión Soviética. Posteriormente, cuando visita la casa de sus tíos encuentra en el patio los restos del pequeño coche de su padre. El niño no ata cabos, se lanza a "los montones de fierros retorcidos como huesos" y en las junturas del asiento trasero encuentra lo que buscaba: un puñado de conchas, caracoles y trozos de coral manchados de aceite y gasolina.

Pasó un buen tiempo hasta que una prima, con crueldad, le reveló al narrador que su padre había muerto. Las tarjetas postales se volvieron míticas. En una de ellas está escrito: "Algún día tú y yo viajaremos a las estrellas y construiremos ciudades en otros mundos. Recibe un saludo desde Moscú... Tu padre".

En medio de la sensación de estar extraviado y ser extranjero -un fantasma en un mundo manchado por la ausencia, la agresión y la muerte- flotaban atisbos de lo que nunca muere. Nacía un gran escritor.