December 19, 2009

Coyoacan

Caminando por Francisco Sosa, se siente un aire puro (algo irónico en esta ciudad) e histórico. Me encanta recorrer esta calle pequeña y silenciosa que repela el ruido del trafico con sus árboles centenales y las casonas antiguas. Empiezo el recorrido desde avenida Universidad para no perderme de ninguna piedra ni de ningún detalle. Los árboles les dan una calida sombra a las casas que con todos sus años de existencia ya no toleran el sol tan fuerte. Caminando por los portones, me siento pequeña por su grandeza en donde pueden galopar seis caballos al mismo tiempo o alguna de esas camionetas muy de moda que usan todas las mamas de sociedad para llevar a sus hijos al colegio particular. Y sigo caminando. Me encanta la cafetería que también es librería. Entro y elijo la mesa que esta mas cerca de los libreros. Me siento, tomo un expreso y observo la belleza a mi alrededor: los libros. Este lugar es Nirvana para una adicta como yo—el sabor de un buen café y la cercanía de buenos libros y sus autores. Me siento como en una fantasía tomando café a lado de Elena Poniatowska con Fuerte es el Silencio y los mejores sonetos de Octavio Paz. Creo que Fuentes también esta cerca de mi con sus libros y sus palabras. Por los ventanales puedo ver los árboles del jardín. Cuantos años tendrán? Cien? Ciento cincuenta? Quisiera ser uno de esos árboles viviendo en una casa preciosa, asoleándome todo el día y escuchando las platicas de la literatura chic con el olor del café. Talvez en mi próxima vida. Acabo el café y lo pago junto con otros tres libros para mi lista de espera. Algún día terminare de leer todos mis libros, pero si no, siempre tendré tarea y trabajo. Esa es muy buena motivación para seguir viviendo! Sigo mi camino.

Me encanta la nueva chocolatería donde en un lugar tan pequeño caben tantas mezclas de sabores. Chocolate con hojas de menta. Chocolate con frambuesas. Chocolate con anís. Creo que se me antoja hasta el chocolate con albaca. Mmm...…interesante mezcla de sabor y con un aroma que casi me da la misma sensación de cosquillas en mi nariz como lo hace el café. Me entretiene la melodía que viene del local de alado. El zumbido lento de una maquina de coser Singer. Parece ser de los años treinta. Apenas llevo una tercera parte de esta calle y ya tengo las manos llenas de vicios: libros y chocolates.

Camino hacia la iglesia amarilla con ese parque pequeño que alberga a todos los jóvenes enamorados que sienten mas privacidad para revelar sus opiniones intimas del amor en este parque que en otros mas grandes. Suenan las campanas de la iglesia. Que bello sonido: el ding dong de las campanas con el vuelo rápido de las aves que descansaban en los árboles. La iglesia amarilla es tan bella con su exterior llamativo y su interior simple y acogedor. Me causa mucha felicidad ver a los enamorados; siempre con corazones en los ojos y unas ansias por poder besar a su pareja. El amor de la juventud es el único que puede mezclar todas las emociones: pureza, nervios, experimentación, inocencia y una pasión que no se puede apagar. Quisiera enamorarme así con todas mis parejas pero eso es imposible ya pasando algunos años de edad y de enamorarme. Ahora solo puedo amar y racionalizar en lugar de idealizar. En frente del parque, este el centro cultural. La primera vez que entre se me hizo difícil creer que esa casona siempre llena de visitas tuviera un jardín tan grande pero tan intimo. Me imagino llegando a desayunar y acostándome en una banca leyendo Jardín de Francia de Elena Poniatowska mientras la fuente me arrulla al punto de máxima concentración. Pero todavía no llego al centro de Coyoacan.

Paso lentamente por mi antigua escuela de ballet tratando de ver adentro con la esperanza de recordar algo de esos tiempos cuando tomaba clases de ballet y aprendía a sacarle punta a mi pie como si fuera un lápiz con todas las ganas de escribir. Creo que lo único que seguí practicando de esas clases fue la escritura pero con mi mis manos y no mis pies. Camino con cuidado tratando de no tropezar con los tentáculos de raíces que tienen los árboles. Me fascina encontrarme con las monjas Franciscanas. Con ellas aprendí que significa ser Católica con los otros niños de sociedad que se preparaban para la primera comunión. Creo que alado de ellos están otras monjas que solo se dedican a rezar y contemplar para salvarnos a todos de nuestros pecados. Si supieran que ni en mil años lograran salvarnos de toda la maldad que creamos.
Me encanta ver la bandera de Italia volando con el viento en la entrada del Instituto de Cultura Italiano. Este pequeño terreno Italiano es mas de Coyoacan que de Italia pero eso no importa. Es asombrante tomar un café capuchino y escuchar a los profesores y estudiantes avanzados platicar en Italiano y observar a los principiantes hablando una mezcla extraña de italiano y español. Es fácil identificar a los estudiantes de italiano en las calles, siempre felices aunque no encuentren lugar para estacionar su auto.

Ya puedo ver los arcos del parque de Coyoacan. Antes de que cambiaran la tubería y el piso, el parque de Coyoacan era mi parque favorito para sentarme y observar a las personas: las mamas con sus pequeños en carriola esperando a los hermanos mayores que están en clases de música o baile, a los novios intercambiando besos, a los papas divorciados paseando a sus hijos después de un largo pleito sobre quien pagara la colegiatura, los que te leen la mano, las cartas, el café y hasta los pies. Antes de llegar al parque compro unas laminas de ate. Este es el único dulce que me convierte en golosa. Lo único mejor que comer el ate caminado en Coyoacan seria comer ate caminado por el centro de Morelia. Como quisiera comprar una de estas casas tan preciosas para siempre estar rodeada de tanta paz y tranquilidad. Y ya que llegue al corazón de Coyoacan, me siento en una banca, saco mi cuaderno y me pongo a escribir usando este bello paisaje como mi musa.